Los orígenes del Hatha Yoga no se saben con exactitud. El tratado más antiguo, “Hatha Pradipika”, data del s. XV donde se describen las técnicas básicas del Hatha Yoga, principalmente las referidas a āsana (postura), pranayama y bandhas (cierres energéticos).
Antiguamente estas técnicas quedaban reservadas a un reducido grupo de privilegiados, que contaban con una preparación y unas proporciones corporales muy concretas. Sin embargo, con el paso del tiempo, se ha facilitado el acceso a las mismas gracias a la creación de secuencias intermedias y al uso de material específico, permitiendo a los estudiantes de esta disciplina el progreso adecuado en la práctica constante de hatha yoga.
Hatha Yoga puede definirse, como aquel método que combina la utilización del cuerpo (en postura o āsana) y la respiración consciente con el fin de acelerar el proceso de evolución personal y abrir la conciencia a la unidad.
Los beneficios psico-físicos son innumerables, la práctica de Hatha Yoga redunda en un cuerpo fuerte y sano, una mente clara y lúcida, y aporta gran equilibrio y serenidad. Sin duda alguna, su práctica constante nos lleva al estado óptimo de Salud y Bienestar.
Ante esta definición surge la cuestión ¿qué diferencia la práctica de hatha yoga de otras disciplinas físicas?. Para resolver dicha pregunta resulta necesario concretar qué efectos psicofísicos y qué mecanismos se activan en el desarrollo de las sesiones de ásana.
La práctica de āsana desarrolla la conciencia en la respiración
Si la respiración es un proceso natural que puede ejercerse voluntaria o involuntariamente, representa una verdadera frontera entre nuestra vida consciente y voluntaria y la vida vegetativa (involuntaria, automática e inconsciente) El control y la toma de conciencia de nuestra respiración nos permite acceder a nuestro inconsciente, proporcionándonos una herramienta para eliminar bloqueos involuntarios que subyacen en él y reequilibrar nuestra inteligencia orgánica, a menudo lastrada por comportamientos conductuales adquiridos, resistencias o miedos que ahogan nuestra esencia.
De esta manera nos adentramos en nuestra sesión de Hatha yoga, dispuestos a dejar “el área de confort”, adoptamos diferentes formas (llamadas āsanas), desde las más atávicas y primitivas, (animales invertebrados de sangre fría y conciencia arcaica como Bhujangāsana o Cobra), hasta las formas más elevadas y evolucionadas, simbolizadas en deidades (como Virabhadrāsana, el aspecto luchador o guerrero del dios Shiva), permitiendo todo un recorrido por diferentes etapas evolutivas a través de ellas. Figuras geométricas (trikonāsanas, triángulo), posturas a corazón abierto (Urdhva Dhanurāsana o puente) u otras que invitan al recogimiento (Pascimottanāsana o la pinza). No hay instrucción dada al azar ni motivación física en sí. El verdadero objetivo es la apertura de nuestra conciencia a las diferentes formas de existencia con el fin de explorar todos los aspectos del ser humano sin juzgar.
La práctica debe desarrollarse naturalmente, sin esfuerzo y sin competir por una meta. Este concepto, a menudo, es difícil de entender y de asumir, sobre todo cuando un principiante intenta una postura avanzada, y se encuentra con dolor y agitación. Solo la postura correctamente realizada deviene en ĀSANA, lo que exige entrar, mantener y salir de ella sin esfuerzo, controlando la respiración de manera consciente y ritmada (ajustada al propio ritmo vital). Progresar en Hatha Yoga implica humildad, aceptación de nuestra condición y propias limitaciones, un profundo conocimiento de la técnica, una práctica sincera, progresiva y sin interrupción. Alineación corporal, ajuste y reajuste constante hasta la última célula; paciencia y persistencia, atención al detalle, minuciosidad, hasta conseguir la perfecta alineación, la perfecta ásana, tu perfecta āsana.
Un verdadero practicante requiere de una gran determinación, profundo amor a la práctica y gran entrega en la búsqueda de su propia esencia, aquello sutil, imperceptible, pero que te sostiene, transcendiendo toda barrera física y psíquica.
No importa si sobre los pies, manos o cabeza, boca abajo o boca arriba, a la vertical, horizontal o totalmente retorcidos, en cualquier caso, aquello que sostiene a la forma permanece invariable, estable, receptivo, en actitud de constante observadora; permitiendo y aceptando cualquier situación, y todas y cada una de las formas de vida que mi cuerpo pueda encarnar.
Sólo entonces y a través de una experiencia propia y vívida, se contempla ese “aliento” o “unidad de vida”, y se acepta el hecho, que la vida es vida “per se”, ajena al ego, no me pertenece, ni nunca lo ha hecho, existe en mi y fuera de mi, existió antes de mi llegada y continuará cuando “yo” desaparezca.
Conscientes ahora de la unidad que todo lo sostiene, la meditación se desenvuelve espontáneamente, y se comprende qué es Hatha Yoga. Camino de vida que nos enseña cómo alcanzar la plenitud, el estadio último de evolución personal, la UNIDAD.